
¿Qué sucede si un escritor revisa su experiencia de lector a través de un glosario autobiográfico? Lo ha hecho Alan Pauls en Trance. No es una campaña de promoción de la lectura, ni un tratado acerca de los beneficios que esta trae, y menos una lista de lo sabios que se supone que llegamos a ser al finalizar un libro. Trance es un placer, un acto de espionaje a un escritor. Su objetivo, según explica el autor en la introducción, es declarar la deuda que escribir tiene con leer.
Abuso, anteojos, celda, misterio, monstruos, pudor, silencio, subrayar, zugzwang…son treinta y nueve entradas en un tono que se siente quizás lejano por la tercera persona, y al mismo tiempo muy íntimo por las escenas que describe. Por ejemplo, al imaginar a este escritor argentino siendo “léido” (así con acento en la “e”) por su abuela paterna, judía alemana proveniente de Berlín en 1939. Ella es quien le leerá sus primeros libros antes de irse a dormir, antes de entender lo que significan las letras unidas formando palabras. “Leer no es necesariamente amar; ser leído, en cambio, es ser querido (como lo saben los padres a menudo más que los hijos)”.
Leer es un “vicio gratuito, benéfico, generoso”. “Es una pasión silenciosa y más bien célibe, que se abre y se cierra cada vez que sucede, pero que no se extingue nunca”. Con un libro en las manos luchamos contra los enemigos de la lectura que el escritor comenta: el multitasking y las interrupciones. Nada más cierto que leer exige una exclusividad absoluta. No es posible hacerlo mientras se realiza otra tarea, quizás por eso para muchos es más fácil sentarse a ver una serie, una película. Leer requiere esfuerzo, la creación de un universo nuevo para aislarse del verdadero y al mismo tiempo para comprender el ya conocido. Su definición de anacronismo es genial: “leer tal vez sea la última práctica continua que quede en el mundo”…sigue leyendo en el Blog de la Escuela de Librerías de la Universidad de Barcelona.
© Isabel-Cristina Arenas, Barcelona 4 de julio de 2019
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