
Estuve en Buenos Aires en 2009 gracias a una invitación de mi hermano Ricardo. Los dos nos perdimos en lo que Tomás Eloy Martínez describe como un laberinto en El cantor de tango. Visitamos la Recoleta, vimos la tumba de Eva Perón, la Plaza de Mayo, la librería El Ateneo, el Café Tortoni, el Obelisco, Florida, el Luna Park, y casi todos los lugares que queríamos ver. Pero lo que más recuerdo es que entramos a un cine para sentir que teníamos un día normal, que vivíamos allí. La película estuvo malísima, y si no estoy mal, la escogí yo. Así que, en venganza, otro día fuimos a comer carne y vino al almuerzo y ahí duramos hablando y hablando como cuando éramos niños. Llegó la cena y seguimos en el mismo lugar, más vino y más carne. En esa época yo no había leído a Tomás Eloy Martínez, y menos mal, porque si no hubiera insistido en que debíamos recorrer los pasos de Julio Martel, y nos hubiéramos perdido el cine, la carne y el vino. Mientras regresamos, esta es mi lectura de El cantor de tango llamada Decúbito dorsal.

“Hoy te evoco emocionado mi divina Margarita”, fue una de las últimas frases cantadas por Julio Martel. Lo acompañaba su guitarrista, quien minutos antes y por instrucción del cantor de tango, había dejado un ramo de camelias en la plazoleta Resero de Buenos Aires. Martel repitió de forma insistente el primer verso de Margarita Gauthier, el tango de Julio Jorge Nelson y la escena comenzó a tomar sentido…continuar leyendo en El Espectador, en El Cisne: libros y espacios.
© Isabel-Cristina Arenas, Barcelona 21 de marzo 2016
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