
“¿Sabe un hombre, siempre, lo que está bien y lo que está mal?”, se pregunta Sebastián Urrutia Lacroix, el cura Ibacache, un cura del Opus Dei, el mismo que acaba de darle diez clases sobre marxismo a Augusto Pinochet y su grupo de militares más cercanos. Hacía no mucho tiempo Urrutia, quien también era poeta y crítico literario, había estado de viaje en Europa investigando sobre las técnicas para frenar el desgaste de las iglesias, un encargo especial hecho por los señores Oido y Odeim, agentes secretos del gobierno. Al protagonista lo persigue su conciencia al final de sus días, un “joven envejecido” que se le aparece de pronto.
En su viaje a Europa aprendió cómo usar los halcones para cazar palomas, a quienes culpaban de deteriorar las casas de Dios y los edificios históricos con sus excrementos. Después de conocer varias iglesias y a sacerdotes expertos en cetrería, uno de ellos le dice: “Pero las palomas representan al Espíritu Santo, ¿verdad?”, es un cura viejito, dueño de Rodrigo, un halcón raquítico, triste y friolento parecido a él. El cura viejito en su lecho de muerte ya no sabe si es posible vivir sin el Espíritu Santo. Este es el Nocturno de Chile (Anagrama, 2000) de Roberto Bolaño.
La dictadura comienza con una gran quema de libros, cuenta uno de los testigos de “Censura de golpe”, el cuarto capítulo de la serie Chile en llamas (2015) de la documentalista Carmen Luz Parot… continuar leyendo en El Espectador en el texto llamado La oscura dignidad de la patria.
© Isabel-Cristina Arenas, Barcelona 15 de junio de 2016
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