
Hay gente a la que le gusta tener ciertas rutinas. Por ejemplo, leer cada mañana antes de que la vida comience, porque es así como siente que su vida realmente comienza. O quizás algo más ocasional: leer por lo menos a algunos columnistas equis días de la semana, hacerlo sin falta el día en que publican, en silencio y con el café recién servido. Es así como inician los miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos.
Cada jueves muy temprano busco a Juan Esteban Constaín (Popayán, 1979). Hace poco escribió del perdón que Roma le pidió al poeta Ovidio, de la construcción y la legitimidad del Estado colombiano o de lo bueno que sería poder leer a los escritores en su idioma; no importa. Su voz, más bien sus palabras, hacen que uno se sienta cómodo sea cual sea el tema que elija. Todo fluye con claridad, no hay esquinas confusas en sus textos, ni una exposición odiosa de sus conocimientos y sabiduría. Al contrario. Al final uno se siente como en paz con el mundo, como que lo entiende un poco más.
Por eso la noticia de la publicación de Ningún tiempo es pasado (Literatura Random House, 2018) no podría ser mejor. Leerlo ha sido, y será cada vez que se quiera repasar, una delicia. Textos sobre temas tan diversos como las guerras mundiales, la vida de Napoleón, el asesinato de Uribe Uribe, las reuniones en el Café Windsor en Bogotá, las críticas de Hernando Téllez, Humboldt en Colombia, la locura de Syd Barrett o un concierto de los Rolling Stones. “Este no es un libro de historia, son historias, más bien; crónicas y perfiles que buscan desentrañar del pasado la novela que hay en él, la novela y el canto y el cuento”, escribe el autor en el prólogo…sigue leyendo en El Cisne: libros y espacios de El Espectador.
© Isabel-Cristina Arenas, Barcelona 1 de noviembre de 2018
Comentar este post: