
Siempre que leo una crítica se que ya no voy a leer el libro del que hablan, no por lo que digan de bueno o malo los encargados de la tarea, sino porque siempre siento que me dan lo que yo voy a descubrir y así se terminan mis ganas de leer.
Este monólogo, Novecento, me lo había recomendado Cesare Gaffurri en 2009. Cesare había sido elegido como el asistente de Alessandro Baricco cuando el escritor iba a venir Bogotá al Festival Malpensante de 2009 y yo iba a ser la asistente de Jorge Herralde cuando el editor iba a venir al mismo festival a celebrar los 40 años de Anagrama. Cesare y yo éramos los más envidiados de la Red Picante (nombre que le dieron al grupo de asistentes) del festival porque teníamos a los dos más prestigiosos invitados.
Pienso que hay cosas escritas en el destino de las personas, por ejemplo: nacer en un barco llamado el Virginian, nunca bajarse de él y aún así ser el mejor pianista del mundo como Danny Boodmann T.D Lemon Novecento, por esa razón a Jorge Herralde le dio bronquitis, tenía bronquitis, o le estaba pasando, el caso es que su médico le prohibió el viaje desde España, por otra parte a Baricco se le enfermó un hijo y canceló su visita. (Siempre pensé que se había resbalado en el baño, pero Cesare me acaba de confirmar lo del hijo).
A los dos nos dieron la noticia al mismo tiempo una noche antes del festival delante de todos los demás asistentes. Cesare ya había afilado su italiano y yo me había leído Opiniones Mohicanas y tenía forrada la pasta en papel blanco de Por orden alfabético para conocer un poco a Herralde y pedirle que me los firmara.
Esa noche quedamos desempleados antes del primer día y saliendo de la sala de las malas noticias Cesare me dijo: “Te recomiendo Novecento, de mi invitado”.
Leí Seda, Tierras de Cristal y Esta historia; y año y medio después de la recomendación por fin Novecento. Lo elegí por una razón y es porque las coincidencias no paran de perseguirme y ya no las ignoro como antes y la champaña con la que “partimos el 2010” en Bucaramanga se llamaba igual, así: Novecento.
Con Baricco me pasa que no tengo que acostumbrarme a mi voz mental mientras leo, es decir, cuando empiezo cualquier libro (ahora con El huerto de mi amada de Alfredo Bryce Echenique me pasó) siempre debo regresarme después de las dos o tres primeras hojas porque no alcanzo a oírme, no encuentro el ritmo y me siento perdida; en cambio Baricco empieza con una historia simple, con otra, con otra y con un hilo de araña las va enredando, construye los diálogos, cambia los tiempos, las ciudades, los sueños hasta que el libro termina siendo subrayado desde la primera página en una línea continua hasta el final y muchas de sus hojas, en este caso la 24, 26, 58, 48, 44, 40…. terminan marcadas con una estrella en la esquina de arriba para algún día volver a verlas. No recuerdo donde leí que uno raya los libros para reconocerse, para encontrarse con uno mismo dentro de su biblioteca y es por eso que en los días difíciles en donde uno no sabe de quién hay que volver a los ya leídos.
Baricco sabía de Novecento antes de Novecento. No puede ser que su música no exista y que cada uno deba imaginarla mientras pasa las hojas. Seguro hay personas que saben leer lugares, ruidos, olores, historias pero no todo esto al mismo tiempo para conocer el mundo como Novecento.
© Isabel-Cristina Arenas, Bogotá 28 de enero de 2011
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