
Siempre he querido ir al Hay Festival que cada año hacen en Cartagena, pero por alguna razón no ha sido posible, y he debido conformarme con seguir de cerca, por televisión y en revistas, a los invitados; uno de ellos en 2009 fue Saša Stanišic, autor del libro: Cómo el soldado repara el gramófono, su primera novela, traducida a 20 idiomas y finalista del Premio Alemán del Libro 2006.
Este libro cuenta la historia de Aleksandar Krsmanović, un niño que vivió los primeros años de su infancia en la antigua Yugoslavia y que tuvo que salir del país junto a sus padres por la guerra de los Balcanes entre 1992 y 1995. Aleksandar creyó que la muerte de su abuelo Slakvo, personaje determinante en su vocación de contar historias, era provisional y que las clases de mago que su abuelo le había dado le servirían para revivirlo; sin embargo, aunque explícitamente no lo dijera, agradecía que su abuelo se hubiera muerto antes de tener que huir con sus padres de Visegrado, una ciudad pequeña en Bosnia y Herzegovina.
A quien le gusten los mapas le va a gustar este libro, sobre todo si tiene vacíos geográficos que quiera llenar. Yo tuve que hacer un mapa y pegarlo en la última hoja para mirarlo cada vez que el autor hablaba de Serbia, Bosnia, Sarajevo, Montenegro… todo se me enredaba. En el colegio aprendí que había un país llamado Yugoslavia, y después nunca supe, conscientemente, que ya no lo era, solo oí en las noticias que había guerras y no sólo en Yugoslavia, también en la Unión Soviética, las mismas que para mí fueron eclipsadas por la nuestra; por lo que en ese entonces sólo me importó lo difícil que se volvería calcar el mapa de Europa con sus líneas punteadas y cambiantes. Por unos años no me preocupé por saber si esas líneas se habían vuelto continuas o si seguían igual de punteadas como hoy lo están Kosovo y Voivodina, hasta que leí un artículo sobre el tema en mi revista Cambio, en la mejor edición de cada año: “Para leer en vacaciones” y ahí en la número 341 de diciembre de 1999 dedicada a los 10 grandes reportajes del mundo, me enteré de lo que pasaba en Yugoslavia con un artículo que ahora tengo en la mano después de revolcar mi cajón de recortes; se llama Sarajevo, la memoria del horror de Juan Goytisolo y que después encontré en http://www.elpais.com.
Cómo el soldado repara el gramófono fue difícil de leer, tanto por mis baches en geografía, como por la forma en que es narrado, a veces en primera persona, en voz de Aleksandar o de otro de los personajes, en segunda persona cuando hay una carta enviada, o en plural. Totalmente encantador con su prosa, Saša Stanišic hizo que no me importara regresar varias veces algunas hojas para decir por ejemplo “¡ah! está hablando la abuela” ó “es Aleksandar ésta vez”. Siempre me devolví con gusto.
Duele, de verdad duele, cuando Aleksandar regresa a lo que era su país a buscar a Asija, su amiga, a llamar a todas las mujeres con ese nombre porque nunca le preguntó cuál era su apellido. Es una historia de buscar y buscarse entre las ruinas.
La traducción es española y aunque todavía no puedo acostumbrarme al “ais” y “eis”, la historia me atrapó desde el principio y ni la necesidad de tener que andar buscando casi todo en un mapa o en internet como por ejemplo: en dónde queda en río Drina; qué pasó y qué pasa todavía en Kosovo; será que de esa guerra viene el verbo Balcanizar; de qué religión son los Bosnios; cómo se pronuncia la š; qué hay de Saša en internet; uy tiene twitter, etc.; ninguna de estas razones me hicieron perder las ganas de seguir leyéndolo. Esto por una sola razón, este libro toca la condición humana (como dice Carlos Castillo cuando habla de la verdadera literatura)y la guerra es universal y humana, independientemente de que aquí en Colombia se llame de otra forma y que todavía tengamos la suerte de ver una línea continúa en el mapa oficial.
Los camaradas jefe, las balas perdidas, los desplazamientos forzados, los bombardeos, los Uribes, los Santos, los Miloševićs o los Titos, no van a dejar de existir, solo han cambiado y van a cambiar de nombre a través de la historia. La ventaja es que ahora es más fácil enterarse de lo que pasa en el mundo y apoyar la causa que creamos justa, o saber en tiempo real, por ejemplo, que desde el pasado 9 de julio hay un país llamado Sudán del Sur, lo que me recuerda que ya puedo imprimir un nuevo mapa para ponerlo en mi agenda roja y así reemplazar el que tengo y que año tras año despego y paso de una agenda a otra sin darme cuenta, para mi vergüenza, de que Yugoslavia todavía aparece en él.
Los dejo con Miss Sarajevo.
© Isabel-Cristina Arenas, Bogotá 25 de julio de 2011
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