
Siempre intento alejarme de mi vida al escribir sobre libros, pero no es posible y tampoco sé si lo quiero hacer: «En 2005 el huracán ‘Rita’ terminaría con Houston»… así empieza mi nota reciente en El Espectador, se puede leer haciendo clic en el siguiente link: Gabo, cartas y recuerdos.
Lo que sigue ahora no está en el artículo, me hubiera gustado…
En el año en que no morimos, yo vivía con mi tío Alfredo. Veíamos muchas películas, comíamos muy bien, él practicaba conmigo el parqueo en paralelo, me enseñaba con paciencia el mapa de Houston porque estaba casi seguro que podría perderme para siempre. En una palabra me malcriaba. Lo que no sabíamos era que poco tiempo después los dos nos alistábamos para morir.
Llegaba el huracán Rita. Compramos tiburón porque ya no había atún, jugos de frutas raras porque el agua se había acabado y otras cosas que creímos necesarias para sobrevivir. También recuerdo que desbaratamos las cercas de los vecinos para poner sobre las ventanas que estaban cubiertas previamente con cinta pegante. Casi a punto de morir, vimos las noticias en CNN y supimos que había sido buena idea quedarnos, finalmente llamamos a nuestra familia para el último adiós. Colgamos, mi tío prendió su radio de un millón de bandas y yo me puse a leer Vivir para contarla de Gabriel García Márquez acompañada de algunas Tecates.
No sé si fueron las velas con imágenes de gatos negros o santos desconocidos, o alguna brujería que hizo Bush al darse cuenta que no podía repetir su indiferencia frente al huracán ‘Katrina’, el caso es ‘Rita’ se desvió. Nosotros quedamos con la casa desbaratada que aún hoy conserva restos de cinta en las ventanas. Todo llegaba a la normalidad. En Houston no hubo daños, físicos por lo menos.
A la mañana siguiente los más optimistas se recuperaban de una resaca a la altura del fin del mundo, mi tío y yo salíamos a enfrentar la furia de los vecinos al verse sin cercas. En un local cercano decía «No hay Rita sin margarita».
El artículo de libro Gabo, cartas y recuerdos de Plinio Apuleyo Mendoza se puede leer en El Espectador (clic aquí).
© Isabel-Cristina Arenas, Barcelona 15 de febrero de 2013
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