
Sigo hablando de la coca, esta vez en El Espectador (leer aquí) y en una reseña-crónica sobre el tema que empieza a continuación:
Debía ser más o menos el año 2000 o 2001 cuando yo empezaba a tener clases horribles en la universidad como mecánica analítica. Así que para evadir temas imposibles, ejemplo: “el movimiento inminente” leía libros que encontraba por ahí. Cualquiera que no tuviera que ver con llegar a graduarme de Ingeniería Industrial, o por lo menos eso era lo que pensaba.
En la biblioteca de mi cuarto, no sé cómo ni quién pero no fui yo, alguien había puesto un libro llamado LA COCA, delgado, verde y sin marcar, es decir que a partir de ese momento fue mío. Entonces hice a un lado las fotocopias de mecánica (se vengarían de mí al tener que repetir tres veces esa asignatura) y abrí IA COCA: un señor intentaba hacer lo posible para que su compañía no quebrara. Hablaba de procesos de producción y de la creación de estrategias que salvarían a su compañía: La Chrysler Corporation. Lo extraño es que este señor protagonista me habló de todas las asignaturas que vería después en mi carrera sin que yo fuera muy consciente de eso. Pero nunca, ni en una sola parte de la historia, consumió cocaína, ni la traficó escondida dentro de los cojines de sus autos o su compañía sirvió para lavar dinero. Una farsa de libro pensé. En ese momento Colombia estaba “saliendo” de sus peores años de la guerra contra el narcotráfico, aunque todavía se sentía el miedo de viajar por carretera. Según el título el libro yo pensaba que me contaría por qué estábamos como estábamos por la coca. En cambio fue un curso práctico sobre las aplicaciones de la ingeniería que no respondían mis preguntas sobre el país.
Mi ciudad, Bucaramanga, es muy pequeña comparada con Bogotá, mucho más parecida a Barcelona en tamaño, población y luz del sol. Será por eso que me gustan tanto (Barcelona y Bucaramanga). Allí nunca pasó nada, o por lo menos que yo recuerde, en cuanto a explosiones de bombas por la guerra de los carteles de la droga. Pero me dice un amigo que sí, que es que yo tengo mala memoria, que hubo dos bombas, y entonces como no logramos ponernos de acuerdo me quedo con el recuerdo de mi ciudad en paz. Las que sí sufrieron fueron las capitales más grandes como Cali, Medellín y Bogotá. Sabíamos que la cocaína, “la coca”, nadie decía “cocaína”, era la razón por la que Colombia tenía tantos problemas: guerrillas, paramilitares, corrupción política y desplazamientos. Para mí el más triste de todos era y sigue siendo este último, pues además de salir con lo que llevaban puesto, la gente del campo tenía que dejar la tierra que cultivaban después de ver como mínimo la forma en que mataban a alguno de sus familiares.
Hace poco en una exposición en el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona) llamada Big Bang Data vi un mapa con estadísticas de desplazados, la mayoría de África a Europa o entre los mismos países dentro de África. Esto era algo que tenía asimilado pues aquí en España siempre leo en los periódicos los casos de inmigrantes que cruzan el mediterráneo para llegar a buscar trabajo en lo que sea. Sin embargo, tenía bloqueado el tema de los desplazados en Colombia. Estaba sentada en la sala recordando escenas de Hotel Ruanda(2004) cuando de pronto la imagen del mundo proyectado en la exposición dio la vuelta y enfocó a Latinoamérica e hizo un zoom en mí país. Y las imágenes de los campesinos regresaron: familias pidiendo limosna en los semáforos de Bogotá, en el mejor (o peor) de los casos, la “familia entera”.
Parece que me estoy saliendo del tema, pero es que me quedó sonando que en Cero Cero Cero de Roberto Saviano leí que se tenía que eliminar el mal (la cocaína) desde la raíz, y esta frase si se lee rápido es peligrosa, pues es como decir que debe eliminarse la raíz: Colombia. Y entonces me imaginé un mapa de Latinoamérica diferente, sin la cruz que significa la coca, sin Colombia. Uno ve lo que quiere ver y yo me imaginé un continente desmoletado.
A Cero Cero Cero lo leí con detalle y paciencia solo por masoquismo, por aprender lo que no aprendí en mis lecturas de los primeros años de universidad, ya fuera por un desinterés de mi parte del que ahora me arrepiento o por lo que fuera, pero no sé si lo volvería a leer porque quedé un poco saturada de tanta droga, llena de pesadillas y tristeza. IACOCCA (1984) en cambio, el libro delgado y verde que tomé de mi biblioteca como tabla de salvación, sí lo volvería a leer aunque ya con ojos diferentes. Y no por salvarme de nada sino por recordar la vida de Lido Anthony Iacocca, Ingeniero Industrial, creador del Ford Mustang y quien años más tarde, ya fuera de la Ford, salvó a la Chrysler de la quiebra con la minivan.
Hace poco supe por un ingeniero, mi tío Alfredo, que otro ingeniero, mi tío Carlos, era-es el dueño del libro IACOCCA, así que gracias a los dos por ayudarme a escribir esta historia.
@ Isabel-Cristina Arenas, Barcelona 14 de julio de 2014
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