
La versión corta de la entrevista con Rodrigo Fresán fue publicada en El Espectador y se puede leer en este link. La versión ampliada es esta:
Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) se sienta y escribe un libro dividido en tres partes en forma simultánea y lo llama La parte inventada. Le resultan quinientas sesenta y seis páginas. Cuando un lector, comprometido o no con su irrealidad, lee la última hoja solo quiere hacer lo que el autor considera el grado máximo de la lectura: la relectura. Volver a reírse de sus chistes, perderse en las ideas sobre el proceso de un escritor, oír toda su banda sonora, comentarle a alguien los inventos, la estructura de la novela y participar en la creación/destrucción de X, Ex, El excritor, El Escritor.
La parte inventada (2014, Literatura Random House) no tiene letras en relieve en la portada, ni brillos metalizados, ni promesas falsas. No es fácil de leer y es imposible de olvidar. Hay un hombrecillo de metal que aparece en la cubierta y camina por la parte real y la parte inventada del libro, el mismo hombrecillo que su hijo vio en una estantería y dijo: “papá este tiene que aparecer en tu próxima novela”.
Cuando pasen los años será necesario volver a sus páginas porque su obra, especialmente este último libro, es de los que van creciendo a medida del lector, de su experiencia y de sus lecturas. En La parte inventada el protagonista parece ser Rodrigo Fresán, pero no lo es, o tal vez sí, no importa, qué importa. Lo interesante es leerlo a “volumen once” en la ficción, y conversar con él a “volumen cinco” en el café de la Librería Central de Mallorca en Barcelona.
¿Qué tanta planeación tuvo al escribir La Parte inventada? Cuando termino un libro se me desdibuja un poco, es como cuando te vas olvidando de un viaje, de un sueño o de una película. Me veo obligado a inventar certezas a posteriori. En realidad yo no soy del tipo de escritor que necesita tener todo clarísimo y perfectamente programado con flechas y esquemas antes de sentarse a escribir. Por otro lado envidio al que ya cuando se sienta en la silla tiene todo pensado y por otro no lo envidio en absoluto porque se pierde buena parte de la gracia. Muchas cosas se me ocurren en el durante, en el proceso. Me parece que si me estructuro me niego la condición del lector cuando escribo, de ir leyéndome a mí mismo a medida que avanzo. Con este libro sí había una serie de parámetros previos y de coordenadas muy vagas pero porque me interesaba decir una cantidad de cosas en las que creo y otras en las que no y atribuírselas al personaje principal.
Que es lo que le ha sucedido con El Escritor (protagonista de La parte inventada) y entonces le atribuyen a usted algunos pensamientos o fobias que en realidad son del protagonista. Sí, sí, y por eso el libro está escrito en tercera persona, pero parece que esto no bastó para que la gente pensara que no era yo. En toda mi obra hay escritores y me interesaba hacer el libro definitivo sobre este tema para no tener que hacerlo nunca más y entonces que mi próximo libro estuviera lleno de odontólogos, carniceros, pintores o editores, que es alguien por lo menos algo más cercana al oficio, pero no, van a seguir apareciendo escritores porque como especie animal es lo que más me interesa y de la que más sé. Este libro es con el que más he viajado y pensaba que necesitaba de mi compañía para aclarar una serie de malentendidos, por ejemplo mi supuesta fobia radical a los aparatos electrónicos, blogs, iPads, redes sociales, que sí me irritan bastante pero no al grado de El Escritor. Él es un volumen once y yo cinco. Ahora que estoy con otro proyecto me ha costado separarme de la voz del protagonista, es una voz cómoda, como de stand up comedy y me ha costado salir. Actualmente trabajo en su nueva novela pero al mismo tiempo escribo una serie de cuentos que uso también para sacarme un poco esa voz de El Escritor. Entonces dejo la novela un poco al lado, paso a los cuentos y me exorcizo escribiendo los bonus track de La Parte inventada, en donde aclaro ciertas zonas de la novela que pienso quedaron pendientes.
¿Y los piensa publicar? No, no, pero los escribo. Por ejemplo en donde se habla del acelerador de partículas de Higgs es más detallado, son como acercamientos sobre ciertas partes. De todas formas tengo ya cuarenta páginas extra que cuando salga la edición de bolsillo pienso incluir, siguiendo con mi perversa costumbre de siempre.
¿De mejorar? Pues no sé si de mejorar o no, hay gente que dice que no lo hace, pero a mí se me siguen ocurriendo cosas. Envidio a esos escritores que terminan un libro, se pueden desconectar y lo dan por terminado como lo mejor que pueden llegar a hacer. Mis libros son siempre aumentables/mejorables/expandibles.
Hace poco leí una noticia sobre los condominios privados (Nordelta) en Buenos Aires que es parecido al lugar a donde va a parar Penélope, la hermana de El Escritor (Monte Karma) ¿Qué importancia tiene para usted inventar el lugar donde ocurre la ficción? También lo digo por Canciones Tristes. Sí, también está Abracadabra o Rancheras Melancólicas. Canciones Tristes va cambiando de sitio, de nombre y de idioma en todos mis libros. Hay tres temas: uno es el fetichismo en donde uno admira al escritor que es capaz de crear su propio territorio y quiere hacer algo parecido. Me gusta mucho por ejemplo el escenario recurrente de Cheever, Kurt Vonnegut, Faulkner, Salinger, Balzac, Proust, entonces lo que hago es una emulación humilde destinada al fracaso. Y después en términos prácticos de escritor ya no de lector fascinado, pues es muy cómodo saber que tienes un lugar en donde pones las reglas, en donde no tienes que preocuparte que algo sea verosímil. Lo que los ingleses llaman willing suspension of disbelief y un tercero y último, es una especie de homenaje/burla admirada y cariñosa a las ciudades del realismo mágico latinoamericano. Abracadabra tiene claramente una resonancia a Aracataca, que no es algo en lo que yo esté en contra. Estoy en contra del mal realismo mágico o realismo maravilloso, pero siempre me ha interesado mucho la literatura fantástica. Me gusta tener un lugar a donde ir, a donde volver, en donde quedarme.
¿Le interesa seguir descubriendo nuevos artistas, nueva música, o prefiere disfrutar de lo que ya conoce e ir a lo fijo por ejemplo con Bach, Bob Dylan o Pink Floyd? En una época me gustaba mucho y trabajaba buscando tendencias. Es un género que te obliga a la novedad constante. La velocidad del pop musical no era la de la literatura, ahora sí lo es y todo parece más rápido. Un grupo/autor llega a lo más alto con un tema/libro pero después se olvida. Se obliga a estar produciendo. Te asombras cuando piensas en que The Beatles hicieron todos sus discos en solo siete años y esto era algo que antes la literatura no se proponía o no le correspondía, en cambio ahora parece que sí. Yo soy un defensor apasionado y resignado de la lentitud. Y musicalmente me voy quedando con mis mejores amigos.
¿Y cuando escribe oye música? Si, generalmente pongo algo que me lo sé tanto de memoria que no lo oigo, por ejemplo Wish you were here, las variaciones de Goldberg, Bob Dylan. Incluso considero que ya está en mi fraseo, entonces no me molesta. No escucho música, solo la pongo. Es como ir a misa y sentir la inercia del rito, o el ruido del mar. Y es que además todo es muy derivativo. Toda generación musical necesita sus Beatles su Pink Floyd, Dylan, y entonces es muy cómico porque de repente queda de número uno el que apareció la semana pasada y The Beatles de número cuarenta y cuatro y es porque cada uno necesita que su generación sea la más importante.
Pero el tiempo lo depura Sí, todo pasa y hasta han desaparecido muchos clásicos. Aunque generalmente la literatura suele hacer justicia y lo hizo con Melville, Fitzgerald, Kafka.
Diástole y sístole: Leer/escribir, es una comparación que usa en La parte inventada. Hay gente que no está de acuerdo y dicen que es una idea muy infantil eso que los escritores sean lectores que escriben. Además es muy de la tradición argentina.
¿Y podría hacer solo alguna de las dos? No, pero por ejemplo me gustaría, si algún día me gano la lotería que juego todas las semanas, dejar de escribir durante dos años, ni libros, ni emails, nada, y dedicarme a leer. Me interesaría hacer como esos enfermos que salen de un coma profundo que tienen que aprender otra vez a caminar y a hablar. Quisiera darme el lujo de experimentar el misterio de aprender a escribir nuevamente. Tal vez sería un escritor mejor o peor, no se sabe. Una desintoxicación. Aunque también es cierto que el panorama literario y editorial actual no me resulta precisamente encantador.
¿Pero lee novedades? Sí, sí, pero no me refiero a eso, es sobre lo que hoy significa ser escritor o no, lo que se debe hacer o no. Para ponerlo en un terreno actoral me refiero a los escritores que quieren ser George Clooney, con una obra correcta y discreta, tener un palacio a orillas del lago Como y recibir premios humanitarios por el compromiso con la realidad. Prefiero ser Bill Murray con todo lo que eso significa. Volví a verlo en los Globos de Oro, varias veces nominado y siempre ignorado, no es fácil ser Bill Murray pero a mí me parece muy respetable. Y cuando hay escritores que dicen que están muy comprometidos con la realidad se me encienden las alarmas porque me parece una contradicción de términos. Yo estoy profundamente comprometido con la irrealidad porque me parece que eso es lo que tiene que ser un escritor. Escribo para irme a otra parte, para hacer lo que me da la gana y que es lo que me parece que también hace Bill Murray. Para llevarlo al terreno musical tenemos a Bono “regalando” su álbum en iTunes y componiendo canciones para la vida de Mandela, y por otro lado esta Ray Davies de The Kinks, alguien dueño de un universo propio. No digo que yo sea ni Ray Davies ni Bill Murray me falta mucho para llegar a esto. The Kinks iban a contracorriente de todo el mundo, me parecen fascinantes, mientras todos hablaban del amor libre y la psicodelia, ellos cantaban sobre llegar virgen al matrimonio y tener una casita con jardín. Si lo llevamos al terreno de lo transgresor me parecen mucho más que por ejemplo David Bowie diciendo que es transexual. En resumen, me encantaría ser Bill Murray (risas). Todos mis personajes tienen su cara, incluso las mujeres, con una cara de nada, con una expresión entre el hastío profundo y el afecto.
¿Cuál es el último libro que ha leído y cuál releído? Hay libros que releo una vez al año, dos: Cumbres Borrascosas de Emily Brontë y El gran Gatsby de Fitzgerald, que me parecen perfectos. Ahora en la feria de Guadalajara me llevé tres libros para releer: los cuentos de Salinger, Música para Camaleones de Truman Capote, y uno de los libros más didácticos que es Las historias fantásticas de Adolfo Bioy Casares. Y ahora estoy releyendo todo Nabokov, que lo leí mal en la adolescencia y en traducciones, estoy asombrado de todo lo que me influyó sin ser consciente. A veces sucede esto, tus libros favoritos de tus autores favoritos no son los que más te influyen y de repente hay libros que te causa una impresión que queda depositada en el disco duro y se abre como un origami, aunque Nabokov sí es de mis preferidos. Y claro no es lo mismo leer Lolita teniendo catorce años que con la edad de Humbert Humbert, hay una vida detrás.
¿Y alguna novedad? Leo muchas al mismo tiempo. Hay una serie de autores de cuento norteamericano que están volviendo a hacer cuento absurdo, fantástico, como que ya ha pasado un poco la influencia del realismo social absoluto de Jonathan Franzen, ejemplo Steven Millhauser, Bob Mayer, Karen Russell, Ben Marcus. Estoy leyendo Perfidia la última de James Ellroy y también el que probablemente para mí sea el mejor libro del año pasado que son las cartas a Vera de Nabokov.
Y haciendo referencia a lo que dice en La parte inventada: “Para qué conformarse con un lector electrónico cuando se puede acceder a un escritor electrónico”, no un iPad sino un iWrite ¿En la cabeza (“explosivo mecanismo de relojería”) de cuál escritor le gustaría entrar, a espiar por lo menos? Estar todo el tiempo no, quizá pequeñas inmersiones ¿pueden estar muertos o tienen que ser vivos?
Muertos o vivos. Borges escribió La memoria de Shakespeare en donde a un hombre se le concede el don de tener la memoria de Shakespeare y descubre que pensaba cosas como: “Uy que ricos que estaban los huevos de hoy en la mañana”. No tienen por qué estar la obra adentro de su cabeza. Tal vez las de los escritores sea algo completamente banal. Volviendo un poco a esto que decía del escritor que salta de festival en festival como un actor o cantante, a mí me parece que la forma más acabada de un escritor tiene que estar en el libro no la persona, la persona siempre tiene que ser peor. Entonces volviendo al tema me gustaría estar un rato en la cabeza de Vonnegut, en la de Proust, pero prefería mejor conversar, no estar dentro. Con Bob Dylan también me gustaría hablar, aunque sería frustrante porque no estaría a la altura de mi (admirado) Bob Dylan.
Diríamos que la libreta de apuntes es el resumen de la cabeza de un escritor, o de un músico, el “biji” como el término que aparece en la novela. Sí, aunque a veces yo mismo no entiendo mis propias notas. ¿Qué escribí aquí, para qué era?
¿Hoy ya ha escrito algo en su libreta de apuntes? Ahora no, pero escribo todo el día. Por la mañana la parte periodística, después llevo a mi hijo al colegio, vuelvo a mi casa y escribo mis libros. Antes se me ocurrían las tramas completas como con Historia Argentina, ahora son sensaciones, frases sueltas, sentimientos. Pienso que es más arduo pero más divertido, aunque a veces digo ¿por qué no se me ocurrirá un capítulo de Dimensión desconocida?, algunas de esas historias perfectas y bien armadas. Yo siempre comento que antes escribir para mí era como si llegara un barco y se bajara la gente ahora tengo que ir mar adentro a bucear.
¿Y ser padre cambió su forma de escribir? No cambió la escritura pero sí mi posición en el mundo y no solo como escritor, cambian tus intereses. Ahora mi hijo tiene ocho años y es como estar leyendo a alguien veinticuatro horas al día y tratando de no escribirlo, es un enorme esfuerzo no hacerlo. Y tampoco lo estoy presionando todo el tiempo para que lea y menos a que escriba.
¿Pero le ha leído algo de sus libros? No, no (risas) pobrecillo. Hay cosas mucho mejores, además tiene que ser algo que deba surgir. Él ha contribuido más a mi educación como escritor que yo a la de él. Hay muchas cosas suyas en el libro, el mago por ejemplo, su idea del muñeco de cuerda que aparece en la portada.
¿Las series de televisión, ahora hay de dónde escoger, por ejemplo le gustó la adaptación de Fargo de los hermanos Coen? Me gustó pero la adaptación me parece innecesaria, es como si hicieran una serie de Ciudadano Kane y de todos sus viajes por Europa. Me parece que una película es una película y una serie es una serie.
¿Cómo un cuento y una novela? (Piensa) Hay cuentos que de repente pueden ser expandibles y al revés. De todas formas a mí no me preocupa mucho el tema del género. Me gustan los cuentos novelísticos, carnosos. De las series prefiero Breaking Bad o The Wire. También veo Mad Men como cuentos del New Yorker o de Cheever. Es inevitable tener una visión literaria sobre las series. Ahora bien, esa idea tan repetida: “si Shakespeare o Dickens estuvieran vivos trabajarían series para HBO” me parece ridícula. Ellos no hacen adaptaciones de sus obras, en todo caso estarían en la BBC no en la HBO. El que quiera ver que la gran novela se está escribiendo en televisión pues es su idea, pero me parece que es la Edad de Oro de la caja completa no de las temporadas. Seguir una serie semana a semana es frustrante. Hay capítulos frustrantes ¡qué tal el de la mosca en Breaking Bad!, después en contexto es genial. Por ejemplo con Los Soprano esperé a que se acabara para verla en el momento que quería.
En Barcelona vive hace mucho tiempo ¿Considera que este ya es su lugar en el mundo? Desde principios de 1999 vivo aquí y pues, nadie lo sabe. Mi esposa es mexicana y yo argentino, si son esas dos opciones no me interesan. Aquí nació mi hijo y el lugar en donde nace tu hijo tiene una importancia añadida, además ya tengo cincuenta y pico y ya pasó la época de las grandes mudanzas.
Además está el peso de los libros. Además, claro. Yo siempre digo que eso de llevar dos mil libros electrónicos en una tableta me parece una tontería. El día que descubran el reductor de libros físicos para la mudanza y meterlos todos en una cajita ese sí que es un invento.
¿Piensa retirarse de escritor? Los escritores siempre mueren en el campo de batalla a no ser que sean víctimas de una enfermedad degenerativa. Siempre está la posibilidad de tu mejor libro por delante. En algún lugar leí que hicieron una especie de encuesta: pusieron las vidas y las carreras de todos los escritores disponibles y daba como la edad ideal de un escritor a los cuarenta y dos años. Yo tengo cincuenta y uno, entonces estoy en mi divina decadencia como decía Liza Minnelli en Cabaret.
El libro está lleno de humor, de ironía, muy argentino me parece. Sí tal vez, pero quizá sea más judío que argentino. De la tradición humorística resignada, vencida, triunfal a reírse de todo. Me sorprende que en muchos autores de novela realista haya libros sin humor, atenta contra la realidad. De todas formas eso de realista o no realista no me interesa mucho.
¿Alguien más aparte de su editor lo lee antes de publicar? Nadie, este libro incluso creo que no se lo mostré nada a nadie, tal vez algo a mi mujer. Además me parece que es una forma de respeto, te lo tienen que pedir. La gente que va por ahí encajando manuscritos a quien puede y además ahora es tan fácil hacerlo por mail, e incluso envían correos regalando su libro. Yo no regalo uno mío a no ser que me lo pidan y eso depende de quién sea le levanto un poco la ceja (risas).
Claro, con todo lo que cuesta terminarlos. Sí, presupuesto, ni que lo digas.
¿Y su relación con Colombia? Mi padre había comprado un apartamento en un edificio llamado El conquistador en Cartagena e íbamos allí a pasar vacaciones. Recuerdo la ciudad antigua encantadoramente ruinosa. He ido mucho como lector y no mucho como escritor. Fui a una feria del libro en Bogotá. Ahora estaba invitado a un festival en Barranquilla pero no pude, tengo mucho trabajo y si viajo dejo de trabajar porque no puedo escribir en hoteles o aviones. Trabajo cada vez más de lo que tendría que trabajar y no estaba en mis planes. Y creo que tampoco en los de Bill Murray (risas).
Un libro colombiano. Si debo escoger uno sería Crónica de una muerte anunciada, me parece un libro perfecto.
Rodrigo Fresán es autor de Historia argentina (1991), Vidas de santos (1993), La velocidad de las cosas (1998), Mantra (2001), Jardines de Kensington (2003), El fondo del cielo (2009), La parte inventada (2014), entre otros.
© Isabel-Cristina Arenas, Barcelona 7 de febrero de 2015.
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